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Artemus disfrutaba mirando la luna. Le daba una sensación de paz. Entre un mar de oscuridad, la luna se atreve a brillar y ser vista. El envidiaba a la luna. Parte de la razón por la que dedicaba su vida a la caza es para evitar ser visto. Artemus pasaba más tiempo en las montañas o entre el bosque que con la gente del pueblo. Un pueblo no puede juzgar a un hombre que no ve.
El aire estaba particularmente quieto esa noche. El único sonido fue el lejano choque de las olas en los acantilados costeros. El vacío de la noche hizo espacio para que los demonios del pensamiento royeran la mente de Artemus. Habían pasado semanas desde que soñó con la dama en la niebla. Sabía que era un sueño, pero no parecía un sueño ordinario. Era tan vívido como cualquier recuerdo. También fue la primera vez que Artemus pudo recordar haber tenido un sueño. Tan extraño como era, la parte que más desconcertó a Artemus fue la sensación que le dio. Un sentimiento que no se le ha escapado desde esa noche. Una sensación de peligro inminente.
Xedho notó a su amigo sentado bajo el abeto afuera mirando sin rumbo al cielo. Acababa de terminar de hacer un poco de té y salió con dos tazas en la mano.
“¿Cómo te sientes?” Xedho llamó desde la cabina.
“Estoy bien”. Artemus respondió, todavía mirando a la luna.
“Me alegro de escucharlo”. Xedho caminó hacia su amigo distraído. Artemus nunca había tenido un episodio amnésico. Xedho entendió que debía estar afectando bastante su estado mental.
“Oye, aprecio toda tu ayuda con la panadería. A mi familia le gusta tenerte cerca y el nuevo horno que construiste nos ha dado el espacio para hacer el doble de lotes que antes”. Xedho sonrió reacio. “¿Una taza de té?”
“¿No te aburres?” Artemus respondió, apático de la gratitud de Xedho.
“¿A qué te refieres?” Xedho pregunta con su curiosidad jovial.
“Con la panadería. ¿No crees que hay más en la vida que solo hacer pan?” Artemus gira su cuerpo hacia Xedho, mirándolo directamente a los ojos. “¿Por qué lo haces? ¿Con qué propósito?”
Xedho se ríe, perplejo por el extraño comportamiento de Artemus. Levanta una ceja y sonríe. “Me gusta la forma en que huele. Me encanta la forma en que sabe. Pero lo más importante es que me encanta la cara que hacen mis hijos cuando muerden un pan fresco por la mañana”. Xedho extiende su brazo para entregarle a Artemus la taza de té. “¿Qué se ha metido en ti, Artemus? No has sido tú mismo desde esa noche”.
“Dije que estoy bien”. Artemus replicó. Artemus le da una palmada a la mano de Xedho, derramando el té en el suelo, y comienza a caminar de regreso hacia la cabaña. Xedho baja la cabeza derrotado. Por primera vez en mucho tiempo, no sabía qué decir.
De repente, un orbe brilló en el cielo, bañando el pueblo en una luz violeta. Artemus y Xedho levantan los brazos para proteger sus ojos del resplandor luminoso. Sobre el bosque justo al norte del pueblo apareció un peculiar orbe de luz de forma ovalada, retorciéndose como un gusano en el cielo.
“Por el amor de lo divino, ¿qué es eso?” Xedho exclamó. Xedho y Artemus sintieron una inquietud en sus entrañas. Ninguno de los dos había visto nada como esto. “¡Parece como una puerta al infierno!”
Casi tan rápido como apareció el orbe, desapareció. Artemus sacó su cuchillo de cazador de su funda y comenzó a caminar hacia el bosque donde apareció el portal.
“Espera, en realidad no vas a salir por ahí, ¿verdad?” Xedho preguntó, a pesar de saber la respuesta. “¿Qué pasa si hay algún tipo de monstruo por ahí?”
“Apuesto que sangra”. Artemus respondió mientras continuaba caminando hacia adelante. Se sintió atraído hacia la fuente del portal. Algo lo esperaba allí. Tal vez eran las mismas respuestas que estaba buscando.
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